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DE MADRID A NAPOLES


Quince ó veinte mil jóvenes, — soldados, milicianos, garibaldinos, marineros, estudiantes, labradores y mendigos, —cogidos del brazo por hileras de diez ó doce individuos, cada uno con un ramo de oliva en la mano, marchaban lentamente y á compás, cantando un coro de interminables estrofas en favor de Italia y de Garibaldi, y en contra de los gobiernos de Roma y de Venecia. Enormes banderas tricolores ondeaban de trecho en trecho sobre las apretadas filas. En todos los balcones se veian gentes con luces en la mano. Los puentes y calzadas que cortan ó flanquean casi todas las calles, estaban coronados de mujeres con mantilla blanca, que agitaban sus pañuelos y victoreaban á Garibaldi. A veces se interrumpía el prolongado coro que entonaban á un mismo tiempo cuarenta mil voces, y se oia un breve discurso, un viva, una frase, un nombre; y cuando aquello que se oia condensaba el sentimiento general , estallaba un aplauso unánime, un estruendoso palmoteo, en calles y balcones y á lo largo de la procesión. Todas estas cosas las hacian ordenada y gravemente, sin perder el compás de la marcha, sin escándalo, sin atropello alguno.

A la verdad, el cuadro no podia ser más imponente. Tantas luces en el aire, tanta gente en los balcones, tantos ondulantes pañuelos, tanta mantilla blanca en las escaleras que conducen de una calle á otra, tantos kepis encarnados, tantas verdes olivas, y el coro, y el aplauso, y el acompasado andar, y las banderas, y las aclamaciones... todo esto tenia algo de solemne.— No era el motin ni la parada, no era la iracunda amenaza que precede á las revoluciones, ni la desenfrenada alegría que sigue al triunfo popular: era una cosa que yo no conocia; que yo no habia visto nunca; pero de la cual habia oido hablar muchas veces: — era, en fin, una manifestación pacifica.

Esta manifestación me hubiera hecho acaso reir en otras ciudades de Italia ; pero en Génova me ha infundido respeto. Ya os he dicho que Génova es uno de los pueblos más belicosos y terribles de toda Europa.

. . . . . . . . . . . . . . . .

Conque partamos. — Ya son las diez, y el Vapor Princess en que he- mos de embarcarnos leva anclas á las once. — Dejemos por unas horas el suelo italiano , y surquemos las soledades del mar bajo el pabellón de Inglaterra...

¡Ah!... ¡se me olvidaba!... — Jusuff es garibaldino.