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DE MADRID A NAPOLES

asombros! ¡Qué mundo de nuevas, de únicas , de supremas maravillas en torno mio ! ¡ Qué dias tan grandes y tan deseados me aguardan ! — ¡ Mi corazon late violentamente, sólo con la espectativa de tan hondas emo- ciones !

Abrumado, pues, por el cúmulo de mis esperanzas, me he refugiado en el Hotel y he escrito estas líneas, que debéis tolerar pacientemente, como toleramos todos la confusa algaravía que mueven los músicos cuando templan y armonizan los instrumentos antes de entrar en materia...

Hasta mañana.

                                III. 
                  EL COLISEO Á LA LUZ DE LA LUNA. 
El mismo dia 22— á media noche.

Guardadme el secreto. — Mi alma se ha escapado esta noche del Hotel, donde la tenia prisionera , y ha recorrido á la luz de la luna las ruinas de la antigua Roma. — Que no lo sepa la Basílica de San Pedro. — ¡Que no lo sepa yo, el peregrino cristiano!

Eran las nueve de la noche; el cielo se habia despejado, y la creciente luna tendia su manto de plata sobre la silenciosa Ciudad. — Una tentacion irresistible se apoderó de mi alma... ¡Habia oído hablar tanto de ello ¡ Lo habia soñado tanto ! ¡ Era el momento tan oportuno ! — Todo se reducia á un viaje de dos millas, en coche; á un peligro más ó menos; á un poco frio... — ¡Pero, en cambio, verla el Coliseo al fulgor del astro de las ruinas , turbaria el sosiego de cien generaciones, evocarla sus sombras y sus recuerdos !

Vana fue la resistencia que me opusieron mi amigo y mi razon ; en vano se me habló de ladrones y se me anunció que las afueras de Roma estarian intransitables á consecuencia del hielo y de la nieve de estos dias: en vano me arguyo la pereza, protestó la conciencia y me miró asombrado el cochero, á quien le dije en la plaza de España, despues de sentarme á su lado en el pescante : ¡Al Colosseo ! — ¡ Todo fue en vano! — La suerte estaba echada. El alma habla recobrado su imperio sobre los sentidos.

Y héme aquí ya de vuelta. — ¡Oh, lo que he visto!...

¡He visto á Roma!... á la Roma ideal, á la Roma de la historia, á la Roma de la poesía! — Las sombras de muerte que cubren la antigüedad se han disipado á mis ojos..., y ha habido un momento en que me he creido trasportado á los primeros siglos del Imperio, al orígen del Cristianismo. — He temblado, he llorado, he balbuceado, en fin, una plegaria en aquellos sitios que representan la agonía de un mundo y el nacimiento de otro. — ¡Noche inolvidable! Todas las tempestades de lo futuro no bastarán á