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Página:Del amor, del dolor y del vicio.djvu/75

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Carlos sonreía tristemente, sientiéndose presa de una cogoja que le oprimía la garganta y le producía un sufrimiento agudo y casi físico.

— No, no; no es eso, sino otra cosa mucho más triste, Lili.

La Muñeca se fijó entonces en la palidez extrema de su amante; incorporóse; hízole sentarse á su lado, y le dijo que hablara con franqueza:

— Dímelo todo; ¿qué hay?

Carlos repitió, palabra por palabra, lo que el notario acababa de decirle. Ella escuchó sin pestañear, frunciendo apenas el ceño cuando una frase cualquiera hería su altivez. Luego preguntó:

— ¿Eso es todo?

— Me parece que es bastante.

— Está bien. ¿Qué piensas tú hacer? No mientas. ¿Qué piensas hacer?

— ¡Sacrificarme!

— ¿Y marcharte, y dejarme?

— Sí... por ti misma...