— ¿En justa lid de amores? —interrogó Jorge Delmonte.
— No. En un concurso. Figúrense ustedes que el duque de Filieiro, un viejo loco que tiene cara de sanguijuela y que se ha gastado más de cinco millones entre comprar su título en Roma y comprar besos en París, nos invitó hoy á almorzar en el Café Inglés. Toda la «alta cocotería» estaba allí, desde su excelencia la princesa Susana de Pibrac, hasta la sucia Tortuga. Todas estaban verdes: «porque no hemos dormido», decían ellas. En realidad estaban verdes porque ya son viejas y necesitan de la luz artificial para parecer guapas. Yo se lo dije á Marta du Ranz, y poco faltó para que me comiera viva. Luisa Valori también me quiso matar porque la aseguré que se parecía á mi abuela. ¡Y yo que se lo aseguré seriamente! La más curiosa de todas era la mujer de Tiriel, que se levantaba á cada instante las faldas, con objeto de enseñarnos sus medias