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en completo silencio. La doncella andaba lentamente sobre la espesa alfombra, llevando los vasos de te bien cargadito, y sólo se oía el runrún de sus enaguas almidonadas, el rozar de la tiza sobre la mesa y los suspiros de Maslenikov, a quien la suerte le era adversa. Para él se colocaba, en una mesita separada, te poco cargado, que bebía con caramelos.

En invierno hacía saber que, por la mañana el termómetro marcaba diez grados bajo cero, y que a la sazón la temperatura había descendido a veinte. En verano decía:

—He visto un gran grupo de gente que iba a coger setas al bosque.

Eufrasia Vasilievna miraba, por serle grata, al cielo—en verano jugaban en la terraza—, y aunque no hubiera nubes y la lumbre del sol poniente dorase las copas de los árboles, comentaba:

—Siempre que no llueva...

El viejo Jacob Ivanovich disponía, con aire severo, las cartas sobre la mesa, y pensaba que Maslenikov era un hombre poco serio e incorregible.

Durante una temporada, Maslenikov turbó profundamente la calma de los jugadores; todas las tardes, en cuanto llegaba, pronunciaba dos o tres frases a propósito del proceso Dreyfus. Con ex presión triste, noticiaba:

—¡El proceso Dreyfus va muy mal!

O, por el contrario, con cara risueña y voz alegre, decía que el veredicto sería probablemente anulado.