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reloj fué nuevamente puesto en marcha, y todo se arregló. Ahora el tiempo corre, como agua a través de los dedos, cae gota a gota, como si lo cortasen en pedacitos. El enorme disco de cobre del péndulo brilla a cada movimiento, muestra su desmesurado ojo amarillo. Se oye el arrullo de una paloma en el tejado.

—Así fué, así será. Así fué, así será.

IV

La monarquía, que contaba miles de años de existencia, fué derribada. Ni siquiera se necesitó recurrir al voto nominal: todos, en la asamblea nacional, se levantaron como un solo hombre; por todas partes se veía en pie a los ciudadanos, que parecían haber crecido. Se levantó hasta el diputado enfermo, a quien acababan de llevar en un sillón; sostenido por unos amigos, se enderezó sobre sus piernas paralíticas, semejante a un viejo tronco apoyado sobre dos arbolillos.

—¡La república es aceptada por unanimidad!—dijo alguien en voz alta, tratando en vano de dominar su alegría.

Pero todo el mundo seguía en pie. Los minutos pasaban. De la plaza, inundada por la multitud, llegaba un rumor alegre, sonoro como un trueno; pero allí, en la asamblea, reinaba el silencio igual que en un templo. Había en los rostros una expresión grave y severa. ¿Ante quién permanecían en pie los diputados? El rey ya no existía; Dios,