en vez de detenerse en la contemplación del que se desmrona y queda en ruinas. Es preciso comprender nuestra época y remover los escombros de las ideas muertas y de los ideales estériles.
La economía equilibrada no admite hoy el monopolio de la comodidad y de los beneficios de la civilización a favor de las clases privilegiadas. La riqueza misma ya no es apenas el lucro de capitales sin la energía creadora que les dé movimiento; es trabajo constructor levantando monumentos eternos, transformando los hombres y las cosas, agigantando los objetivos de la humanidad, aunque sea con el sacrificio del individuo.
Por eso, el Estado debe asumir la obligación de organizar las fuerzas productoras, para poder dar al pueblo, como colectividad, todo cuanto sea necesario para su engrandecimiente. No lo podria hacer, entretanto, con el objetivo de asegurar lucros personales, exajerados o ilimitados, a grupos cuya prosperidad se funda en la exploración de la mayoría. Sus derechos deben ser respetados desde el momento que se manten-