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ROMEO
TEOBALDO.

Mozuelo imberbe, no intentes cobardemente excusar los agravios que me has hecho. No te vayas, y defiéndete.

ROMEO.

Nunca te agravié. Te lo afirmo con juramento. Al contrario hoy te amo más que nunca, y quizá sepas pronto la razon de este cariño. Vete en paz, buen Capuleto, nombre que estimo tanto como el mio.

MERCUTIO.

¡Qué extraña cobardía! Decídanlo las estocadas. Teobaldo, espadachin, ¿quieres venir conmigo?

TEOBALDO.

¿Qué me quieres?

MERCUTIO.

Rey de los gatos, sólo quiero una de tus siete vidas, y luego aporrearte á palos las otras seis. ¿Quieres tirar de las orejas á tu espada, y sacarla de la vaina? Anda presto, porque si no, la mia te calentará tus orejas antes que la saques.

TEOBALDO.

Soy contigo.

ROMEO.

Detente, amigo Mercutio.

MERCUTIO.

Adelante, hidalgo. Enseñadme ese quite. (Se baten.)

ROMEO.

Saca la espada, Benvolio. Separémoslos. ¡Qué afrenta, hidalgos! ¡Oid, Teobaldo! ¡Oye, Mercutio! ¿No sabeis que el Principe ha prohibido sacar la espa-