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COMO GUSTÉIS.

Celia.—Es verdad; porque rara vez da la honestidad á aquellas á quienes dota con la hermosura; y da muy pobre apariencia á aquellas á quienes hace honestas.

Rosalinda.—No. En esto equivocas la tarea de la Fortuna con la de la naturaleza. La Fortuna impera en los dones del mundo, no en los rasgos de la naturaleza.

(Entra Piedra-de-toque.)

Celia.—¿No? ¿Pues no puede la Fortuna hacer que caiga en el fuego una criatura á quien ha hecho hermosa la naturaleza?—Y aunque esta nos ha dado ingenio para burlarnos de la Fortuna: ¿no es esta quien envía á este necio para dar al traste con el argumento?

Rosalinda.—En verdad que es la Fortuna demasiado dura para con la naturaleza, cuando se sirve de un natural idiota para imponer silencio al natural ingenio.

Celia.—Quizás tampoco sea esto obra de la Fortuna, sino de la naturaleza; la cual advirtiendo que nuestro ingenio es demasiado obtuso para discurrir sobre semejante diosa, ha enviado á este idiota para estimularnos; ya que siempre la estupidez del necio es aguijón del discreto. Hola! Prodigio ¿adónde bueno?

Piedra.—Señora: debéis venir á donde vuestro padre.

Celia.—¿Os tomó de mensajero?

Piedra.—No, por mi honor; pero se me encargó llamaros.

Celia.—¿Dónde aprendiste ese juramento, bufón?

Piedra.—De cierto caballero que juró por su honor ser buenas las tortas y juró por su honor ser mala la mostaza. Ahora bien; yo sostengo que eran malas las tortas y buena la mostaza; y, sin embargo, el caballero no perjuró.

Celia.—¿Y cómo lo pruebas, lumbrera de ciencia?

Rosalinda.—Sí, sí. Quita el bozal á tu ingenio.