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COMO GUSTÉIS.

Silencio! no hables más de él. No tardará mucho el que te azoten por maldiciente.

Piedra.—Tanto más lastimoso, que los necios no hablen discretamente de las necedades de los discretos.

Celia.—Á fe que dices verdad: porque al haberse impuesto silencio al poco ingenio que tienen los necios, la poca necedad que tienen los discretos ha tomado mucho vuelo.—Aquí viene Monsieur Le Bean.

(Entra Le Bean.)

Rosalinda.—Con la boca llena de noticias.

Celia.—Que nos administrará como las palomas dan el sustento á sus pequeñuelos.

Rosalinda.—Así quedaremos cebadas con noticias.

Celia.—Tanto mejor: seremos más negociables.—Buenos días, monsieur Le Bean, ¿qué nuevas?

Le Bean.—Hermosa princesa, habéis perdido muchos juegos interesantes.

Celia.—¿Juegos? ¿De qué color?

Le Bean.—¿De qué color, señora? ¿Cómo habré de responderos?

Rosalinda.—Como lo quieren el ingenio y la fortuna.

Piedra.—Ó como lo mande el destino.

Celia.—Bien dicho. Eso se ha aplicado con llana.

Piedra.—Y aún más. Si no mantengo mi rango....

Rosalinda.—Estás perdiendo tu antiguo olfato.

Le Bean.—Me admiráis, señoras. Habría querido contaros una buena lucha, cuyo espectáculo habéis perdido.

Rosalinda.—Con todo, deciduos cómo fué.

Le Bean.—Os contaré el principio, y si os place, podréis ver vosotras mismas el fin, porque aún falta lo mejor; y vienen aquí, donde os halláis, para ejecutarlo.

Celia.—Bien. Sepamos el principio, que ya está muerto y sepultado.