Página:Dramas de Guillermo Shakspeare - Volumen 2 (1883).pdf/125

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
111
COMO GUSTÉIS.

tenido aquí. Á no ser por eso, habría corrido la suerte de su padre.

Celia.—Yo no pedí entonces que se quedara, sino que así lo quisieron vuestro deseo y vuestro propio remordimiento. Era yo entonces demasiado niña para conocerla en todo su valor. Pero ahora la conozco. Si es culpable de traición, también lo soy yo misma. Hasta ahora hemos dormido juntas, y juntas nos hemos levantado, estudiado, jugado y sentado á la mesa. Y como los cisnes de Juno, jamás fuímos á lugar alguno sino como una pareja inseparable.

Duque.—Es demasiado astuta para ti, y su suavidad, su silencio mismo y su paciencia, hablan al pueblo, y éste la compadece. Eres una simple. Ella te defrauda de tu reputación; y tú aparecerás más inteligente y más virtuosa, cuando ella se haya ido. No repliques, pues. La sentencia que he dado contra ella es firme é irrevocable: está desterrada.

Celia.—Pronunciad entonces, señor, esa sentencia contra mí. Yo no puedo vivir sino á su lado.

Duque.—Eres una loca. Disponeos á partir, sobrina. Si os excedéis del plazo, por mi honor y lo sagrado de mi palabra, que os costará la vida.

(Salen el duque Federico y séquito.)

Celia.—¡Oh pobre Rosalinda mía! ¿Á donde irás? ¿Quieres cambiar de padres? Te daré el mío. Te aseguro que no estás más desolada que yo.

Rosalinda.—Tengo mayor motivo.

Celia.—No es así, prima. Te ruego que te animes. ¿No comprendes que el duque me ha desterrado, á mí, su hija?

Rosalinda.—No, no lo ha hecho.

Celia.—¿Que no? Te falta, pues, Rosalinda, el amor que te enseña que tú y yo somos una? ¿Habremos de ser separadas? ¿Habremos de decirnos adios, dulce prenda mía? No. Busque mi padre otro heredero. Dis-