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COMO GUSTÉIS.

Estoy medio muerta de desmayo.

Piedra.—¡Hola! ¡á ti, villano!

Rosalinda.—Silencio, bufón: no es pariente tuyo.

Corino.—¿Quién llama?

Piedra.—Tus superiores, pobre hombre.

Corino.—Muy desvalidos han de ser, si son mis iguales.

Rosalinda.—Silencio, digo. Buenas tardes, amigo.

Corino.—Y á vos, gentil caballero, y á todos vosotros.

Rosalinda.—Ruégote, pastor, que si el afecto ó el oro pueden comprar algún refrigerio en este desierto, nos procures algo con qué reposar y alimentarnos. He aquí una joven doncella fatigada en demasía por el viaje y que se desmaya por falta de socorro.

Corino.—La compadezco, gentil señor, y quisiera por su bien más que por el mío que mis recursos fuesen mayores para aliviarla; pero soy pastor al servicio de otro hombre, y no trasquilo el rebaño que apaciento. Mi dueño es de carácter duro, y no se cuida de encontrar el camino del cielo por actos de hospitalidad. Por otra parte, su egido, sus ganados y sus pastos están en venta; y con motivo de su ausencia, no hay en nuestro cortijo cosa con que pudiérais alimentaros; pero venid y veréis lo que hay, que por mi parte seréis muy bienvenidos.

Rosalinda.—¿Y quién comprará sus rebaños y sus pastos?

Corino.—Aquel joven zagal, que visteis poco há, y que tiene muy poco interés en comprar algo.

Rosalinda.—Te suplico que, guardando los fueros de la honradez, compres tú la casa, los pastos y rebaños. Te daremos con que pagarlos.

Celia.—Y aumentaremos tu salario. Gústame el sitio, y de buena gana pasaría en él mi tiempo.

Corino.—Que todo está para vender, es seguro.