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COMO GUSTÉIS.

que el canto del gallo á la madrugada, al pensar que un bufón fuese tan profundamente meditativo, y me reí sin tregua una hora entera contada en su reloj. ¡Oh noble bufón! ¡Oh digno bufón! No hay más traje que el de arlequín.

Duque.—¿Qué bufón es este?

Jaques.—¡Oh insigne bufón! Ha sido cortesano, y dice que con tal de que las damas sean jóvenes y hermosas, tienen el don de conocerlo; y en su cerebro tan seco como galleta de viaje pasado, tiene extraños sitios atestados de observaciones á las cuales da salida en zurdas formas. ¡Oh qué daría por ser un bufón! ¡Cuánto codicio un traje con cascabeles!

Duque.—Tendrás uno.

Jaques.—Es todo mi deseo, con tal de que desarraiguéis de vuestros mejores juicios toda opinión que se haya robustecido en ellos en contra de mi cordura. He de tener completa libertad, una patente tan amplia como el viento, para soplar sobre quien yo quiera, pues así la tienen los bufones. Y aquellos á quienes más zahieran mis bufonadas, son los que más deberán reir. ¿Y por qué ha de ser así, señor? El porqué es claro como camino de iglesia parroquial. Aquel á quien el bufón hiera muy cuerdamente, haría una gran necedad, si á pesar de lo que le escueza, no pareciera insensible al golpe. Si no, quedaría desmenuzada la necedad del cuerdo, aun por las chanzas perdidas del bufón. Revestidme con mi traje de arlequín; dadme permiso para decir lo que pienso, y limpiaré por completo el asqueroso cuerpo del infecto mundo, si es que se deja administrar con paciencia mi remedio.

Duque.—¡Quita allá! Puedo decir lo que harías.

Jaques.—¿Pues qué haría contrariándolo sino un bien?

Duque.—Pecarías maligna y groseramente cuando criticaras el pecado; porque tú mismo has sido un li-