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COMO GUSTÉIS.

bertino tan sensual como el instinto brutal mismo. Y derramarías sobre el mundo todas las úlceras acumuladas y los males crónicos atrapados por tu libertinaje.

Jaques.—¡Pues qué! ¿Acusa á persona alguna en particular, quien clama contra el orgullo? ¿No fluye con tanta pompa como el mar, hasta que refluye contra los mismos medios que lo sustentan? ¿A qué mujer de la ciudad habré nombrado, si digo que la mujer de la ciudad lleva en sus hombros impúdicos el precio pagado por príncipes? ¿Cuál de ellas puede venir á decirme que he querido hablar de ella, cuando su vecina es ni más ni menos que ella misma? ¿Ó quién es aquél aun de la más baja condición que (pensando que aludo á él) dice, que su magnificencia no existe á expensas mías, sin que en ello ajuste su propia necedad al tenor de mi discurso? Ahora bien: ¿qué resulta? Dejadme ver en qué le habrá ofendido mi lengua. Si le ha hecho justicia, será él quien se habrá ofendido á si propio; si no, mi invectiva habrá pasado volando como el ganso silvestre que ningún hombre reclama por suyo. Pero ¿quién viene? (Entra Orlando, espada en mano.)

Orlando.—Deteneos y no sigáis comiendo.

Jaques.—Pues aún no he probado bocado.

Orlando.—Ni lo probaréis antes que la miseria sea socorrida.

Jaques.—¿Qué clase de pájaro es este?

Duque.—¿Es la miseria la que te hace proceder así, hombre atrevido, ó eres un grosero ignorante de los buenos modales, para mostrarte tan falto de buena crianza?

Orlando.—Acertasteis al principio. La aguda espina de la más rigorosa necesidad, me privó de mostrarme suave y cortés. Nací tierra adentro, y tengo alguna cultura. Pero, deteneos, repito; porque si alguno toca