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COMO GUSTÉIS.

Duque.—Pues eres tanto más vil por eso. ¡Echadle fuera! Y que vayan mis funcionarios á quienes tal incumbe, á embargarle casa y tierras. Hacedlo al punto, y despedidle en seguida. (Salen.)

ESCENA II.
El bosque.

Entra ORLANDO, con un papel.

Orlando.—Quedad aquí, versos míos, en testimonio de mi amor. Y tú, reina de la noche coronada de triple diadema, observa con tu casta mirada desde tu pálida y alta esfera el nombre de tu cazadora, que domina toda mi existencia.—Estos árboles ¡oh Rosalinda! serán mis libros, y grabaré mis pensamientos en su corteza, para que tus virtudes sean contempladas por todas partes por cuantos seres hay en este bosque.—Corre, corre, Orlando, y graba en cada árbol el nombre de la bella, la casta, la imponderable. (Sale.—Entran Corino y Piedra-de-toque.)

Corino.—¿Y cómo os place esta vida de pastor, señor Piedra-de-toque?

Piedra.—Á la verdad, pastor, que considerada en sí misma es una vida buena, pero como vida de pastor no vale nada. Me gusta bastante porque es solitaria; pero siendo tan retraída, es una vida muy despreciable. Agrádame también por lo que tiene de campestre, pero me fastidia el que no sea en la corte. Y notad que cuadra bien á mi temperamento, porque es una vida económica; pero como no ofrece mucha abundancia, mi estómago no se aviene con ella. Pastor: ¿tienes algo de filósofo?

Corino.—No más que lo suficiente para comprender que cuanto más enfermo está uno, peor se siente; que