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COMO GUSTÉIS.

La rosa de amor enerva
y punza, cual Rosalinda.

Este es el fastidioso martilleo de los versos. ¿Por qué os contagiáis con él?

Rosalinda.—¡Silencio, tonto! Los encontré en un árbol.

Piedra.—Á fe mía que da mal fruto.

Rosalinda.—Pues lo ingertaré contigo, que será ingertarlo con un níspero, y así será el fruto más temprano del país; porque os habréis podrido antes de estar medio maduro, que es la condición propia del níspero.

Piedra.—Eso decís; pero si cuerdamente ó no, que lo decida el bosque. (Entra Celia, leyendo un papel.)

Rosalinda.—Guardad silencio y haceos á un lado, que aquí viene mi hermana leyendo.

Celia. ¿Y habrá silencio en el desierto bosque
 porque nadie lo habita?
 No: que á cada árbol prestaré una lengua
 que bellas cosas diga.
 Una dirá cuán presto cruza el hombre
 la senda de la vida,
 de cuyo espacio el hueco de la mano
 encierra la medida.
 Y otra los olvidados juramentos
 de dos almas amigas.
 En las más bellas ramas y al extremo
 de las mejores líneas,
 grabaré embelleciendo mis sentencias
 un nombre: Rosalinda.
 Y cuantos lean notarán que el cielo
 quiso mostrar un día
 juntas en breve espacio, sus más bellas
 y nobles maravillas.