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COMO GUSTÉIS.

 Á la naturaleza dió el encargo
 de un cuerpo en que se anidan
 todas las gracias juntas y aumentadas;
 por eso ella combina
 la hermosa faz, no el corazón, de Helena:
 la majestad altiva
 de Clëopatra, el alma de Atalantoa,
 de Lucrecia la esquiva
 modestia; y con mil prendas quiso el cielo
 juntar en Rosalinda
 de corazones, rostros y miradas
 la suprema valía.
 Tan bellos dones quiso dar el cielo
 á su obra favorita
 para que siendo yo su esclavo siempre
 rinda á sus piés mi vida.

Rosalinda.—¡Oh Dios de misericordia! ¡Y qué fastidiosa homilia de amor habéis hecho pesar sobre vuestros feligreses, sin daros la pena de decir siquiera: «¡Tened paciencia, buenas gentes!»

Celia.—¿Qué es esto? ¡Atrás, amigos! Pastor, retírate un poco: y tú, vete con él, bellaco.

Piedra.—Ven, pastor. Pongámonos en honrosa retirada, si no con carros y bagajes, al menos con zurrón y cayado. (Salen Corino y Piedra-de-toque.)

Celia.—¿Oiste esos versos?

Rosalinda.—Sí: todos ellos y aun más; porque algunos tenían más piés que los que el verso admite.

Celia.—Eso no importa: los versos podrán así caminar por sus piés.

Rosalinda.—Bien; pero como eran piés quebrados, el verso no podía caminar con ellos, y por esto los piés hacían que los versos anduviesen cojeando.

Celia.—¿Pero no te ha admirado el oir que tu nombre estuviese suspendido y grabado en estos árboles?