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COMO GUSTÉIS.

Orlando.—No querría ser curado, mancebo.

Rosalinda.—Pues os curaré, si solamente consentís en llamarme Rosalinda, y en venir todos los días á mi ejido á hacerme la corte.

Orlando.—Bien. Á fe de mi amor, que lo haré. Decidme á dónde es.

Rosalinda.—Venid conmigo y os le mostraré. Mientras caminamos, me diréis en qué parte del bosque vivís. ¿Queréis venir?

Orlando.—Con todo mi corazón, joven amigo.

Rosalinda.—No. Tenéis que llamarme Rosalinda. ¡Ea! ¡Hermana! ¿Quieres venir? (Salen.)

ESCENA III.
(Entran PIEDRA-DE-TOQUE y TOMASA.—Jaques los observa
desde alguna distancia.)


Piedra-de-toque.—Vamos, apúrate, buena Tomasa, yo te traeré las cabras. ¿Y qué tal, Tomasa? ¿Soy todavía el que te conviene? ¿Quedas contenta con esta simple fisonomía?

Tomasa.—¡Fisonomía! ¡Dios nos asista! ¿Qué es fisonomía?

Piedra.—Contigo y tus cabras estoy aquí ni más ni menos que aquel caprichoso poeta, el honrado Ovidio, entre los godos.

Jaques. (Aparte.)—¡Oh erudición mal colocada! ¡Peor que Júpiter bajo tejado!

Piedra.—Cuando los versos de un hombre no pueden ser comprendidos, ni secundado su ingenio por el entendimiento, se le mata más pronto que si se le cobraran por el alquiler de un cuartito las cuentas del gran capitán.—Verdaderamente me habría alegrado de que los dioses te hubiesen hecho poética.