Tomasa.—No sé qué quiere decir poética. ¿Es algo de honrado en la acción y en la palabra? ¿Es cosa de buena ley?
Piedra.—En cuanto á eso, no; porque la mejor poesía es la que finge mejor. Los enamorados son muy dados á poesías; y lo que en ellas juran, se puede decir que, como amantes, lo fingen.
Tomasa.—¡Y así queréis que los dioses me hubiesen hecho poética!
Piedra.—Por cierto que sí; porque me juraste que eres honrada: y si fueras poetisa, me quedaría alguna esperanza de que me engañabas.
Tomasa.—¡Qué! ¿No me querríais honrada?
Piedra.—Es claro que no; á menos que fueses muy fea; porque añadir la honradez á la belleza, es como endulzar el azúcar añadiéndole miel.
Jaques.—(Aparte.)—¡Un idiota consumado!
Tomasa.—Bien. No soy hermosa, y por lo mismo ruego á los dioses que me conserven honrada.
Piedra.—En verdad, prodigar la honradez en una fregona pestífera, sería poner un manjar sabroso en un plato sucio.
Tomasa.—Aunque fea, no soy, á Dios gracias, una mujer de esa clase.
Piedra.—Bueno: demos gracias á Dios por tu fealdad. Lo demás vendrá con el tiempo. Pero sea de ello lo que fuere, me casaré contigo; y con tal fin me he visto con D. Oliverio Dañatextos, cura de la aldea vecina.—Me ha prometido venir á este sitio del bosque y unirnos.
Jaques. (Aparte.)—Ya querría yo ver esta entrevista.
Tomasa.—Bien, y que los dioses nos dén regocijo.
Piedra.—Amen. Un hombre de corazón apocado vacilaría antes de acometer la empresa; porque aquí no tenemos más templo que el bosque, ni más congregación