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COMO GUSTÉIS.

Jaques.—¿Y es posible que un hombre de vuestra condición se case á escondidas como un pordiosero? Id al templo y tomad un buen sacerdote que os pueda decir lo que es el matrimonio: este mozo no hará más que juntaros como dos piezas de ensambladura; y luego uno de vosotros empezará á encogerse, como madera verde, y al fin todo quedará torcido.

Piedra.—(Aparte.)—Pues me inclino más á que me case este que otro; porque no tiene trazas de casarme en regla; y no siendo en regla el casamiento, ya tendré más tarde una buena excusa para dejar plantada á mi mujer.

Jaques.—Venid conmigo, y dejad que os aconseje.

Piedra.—Ven, dulce Tomasa. Hemos de casarnos, ó viviremos á salto de mata.

No: ¡Oh digno Oliverio!
 ¡Oh bravo Oliverio!
 No me dejes atrás!
Pero; Velas y buen viento
 Márchate al momento.
 No me cases jamás.
 (Salen Jaques, Piedra y Tomasa.)

Oliverio.—No importa.—Nunca me desviará de mi vocación ninguno de estos antojadizos bellacos.

(Sale.)
ESCENA IV.
La misma. Delante de una casa de campo.
Entran ROSALINDA y CELIA.

Rosalinda.—No me digas palabra; romperé en llanto.

Celia.—Hazlo, te ruego; pero ten la bondad de considerar que no sientan bien las lágrimas á un hombre.

Rosalinda.—¿Pero no tengo motivo para llorar?