Página:Dramas de Guillermo Shakspeare - Volumen 2 (1883).pdf/17

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
11
JULIO CÉSAR

Capitolio cuando le contrariaban algunos senadores.

Casio.—Casca nos dirá lo que acontece.

César.—¿Antonio?

Antonio.—César.

César.—Rodéame de hombres gordos; hombres de poca cabeza, que duermen bien toda la noche. Allí está Casio con su aspecto escuálido y hambriento.—Piensa demasiado. Hombres así son peligrosos.

Antonio.—No le temáis, César. No es peligroso. Es un noble romano, y de muy buena pasta.

César.—Le querría más gordo; pero no le temo. Mas si cupiera temor en quien se llama César, no sé de hombre alguno á quien evitaría más pronto que á ese escuálido Casio. Lee mucho, es gran observador, y penetra perfectamente las acciones de los hombres. No es amigo de juegos como tú, Antonio, ni oye música. Rara vez sonríe, y si sonríe es de tal modo que parece burlarse de sí mismo y desdeñar su espíritu por haber sido capaz de sonreir á cosa alguna. Tales hombres jamás pueden estar tranquilos á la vista de alguno más grande que ellos, y por eso son muy peligrosos. Prefiero decirte lo que es de temer, no lo que yo tema; porque siempre soy César. Ven á mi derecha, pues no puedo oir por esta oreja, y dime verazmente lo que piensas de él. (Salen César y su séquito. Casca se queda atrás.)

Casca.—Me habéis tirado por la manga. ¿Querríais hablar conmigo?

Bruto.—Sí, Casca. Deciduos qué ha sucedido hoy para que César parezca tan melancólico.

Casca.—¿Pues no estabais con él? Yo así lo creía.

Bruto.—Entonces no preguntaría á Casca lo que ha sucedido.

Casca.—Pues sucedió que le ofrecieron una corona y al serle ofrecida la apartó con el revés de la mano, así. Y entonces el pueblo se puso á aclamarlo.