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COMO GUSTÉIS.

que quiere también confundir mis ojos! No, por cierto, soberbia dama, no esperéis tal. No son vuestras cejas color de tinta, vuestro cabello de seda negra, vuestros ojos de abalorio, ni vuestra mejilla de natas, lo que podría subyugar mi ánimo á vuestra adoración. Necio pastor: ¿por qué la seguís como el brumoso viento del Sur, lleno de ráfagas y lluvia? Sois mil veces mejor como hombre que ella como mujer; y son los necios, como vos, quienes llenan el mundo de hijos desgraciados. Sois vos y no su espejo quien la adula; y á causa de vos, se ve ella mucho mejor que lo que pueden mostrarla sus propias facciones. Pero, señora, conoceos bien, poneos de rodillas, y dad gracias al cielo, con el ayuno, por el amor de un hombre honrado. Y tengo que deciros una verdad al oído: Vended cuando podáis; no sois artículo que tendría salida en cualquier mercado. Pedid perdón al hombre; amadle; aceptad su oferta. Es doblemente fea la que añade á la fealdad el desprecio. Tómala, pues, pastor, y quedad con Dios.

Febe.—Hermoso joven, regañadme un año entero. Prefiero vuestras reconvenciones á requiebros de este hombre.

Rosalinda.—Él se ha enamorado de la fealdad de ella, y ella acabará por enamorarse de mi enojo. Si es así, cuanto más airada se muestre contigo, más la atormentaré con palabras amargas. ¿Por qué me miráis así?

Febe.—No por mala voluntad.

Rosalinda.—Por amor de Dios, no os vayáis á enamorar de mí, porque soy más falso que juramento de borracho. Fuera de esto, no me gustáis.—Si queréis saber dónde vivo, es á un paso de aquí, en el olivar. ¿Quieres que nos vayamos, hermana? Pastor, acosadla. Ven, hermana. Pastora, miradle con mejores ojos, y no seáis soberbia. Nadie en el mundo entero sería