dote y nos casaréis. Orlando, dadme vuestra mano. ¿Qué decís, hermana?
Orlando.—Casaduos, os ruego.
Celia.—No puedo decir las palabras.
Orlando.—Debéis principiar así: «¿Queréis, Orlando.....
Celia.—Ya estoy. «¿Queréis, Orlando, tomar por esposa á Rosalinda?
Orlando.—Sí, quiero.
Rosalinda.—Sí, pero ¿cuándo?
Orlando.—Por supuesto, ahora mismo, y tan aprisa como pueda ella casarnos.
Rosalinda.—Entonces debéis decir: «Rosalinda, te tomo por esposa.»
Orlando.—Rosalinda, te tomo por esposa.
Rosalinda.—Podría yo pediros que me mostréis vuestra credencial; pero, Orlando, te tomo por esposo.» He aquí una jovencita que se anticipa al sacerdote: y ciertamente, el pensamiento de la mujer se anticipa á sus actos.
Orlando.—Así es con todo pensamiento; tienen alas.
Rosalinda.—Decidme ahora, ¿cuánto tiempo querréis guardarla después de haberla poseído?
Orlando.—Para siempre y un día más.
Rosalinda.—Decid un día sin el siempre. No, no, Orlando. Los hombres son Abril cuando pretenden y Diciembre cuando se casan. Las doncellas son Mayo cuando solteras, pero casadas, cambia la atmósfera. Tendré más celos de ti, que un palomo berberisco de su paloma; seré más bullanguera que un loro cuando asoma la lluvia; más antojadiza que una mona; más voluble en mis deseos, que un mico. Romperé en llanto por nada, como Diana en la fuente, y he de hacerlo cuando estés dispuesto á la alegría; y me reiré como una hiena, y esto cuando te sientas más inclinado á dormir.