Página:Dramas de Guillermo Shakspeare - Volumen 2 (1883).pdf/188

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
170
COMO GUSTÉIS.
ESCENA III.
El bosque.
Entran ROSALINDA y CELIA.

Rosalinda.—Y ahora ¿qué decís? ¿No han dado ya las dos? Pues de Orlando, nada.

Celia.—Te aseguro que, convertido todo él en amor y turbado el cerebro, ha tomado su arco y sus flechas y se ha ido á dormir. Pero mira quien viene.

(Entra Silvio.)

Silvio.—Hermoso joven, para vos es mi recado. Mi gentil Febe me pidió entregaros esto. (Dándole una carta.) Ignoro su contenido; pero á lo que presumo por el adusto ceño y vehemente acción que mostraba al escribirla, debe ser de tenor colérico. Perdonadme: no soy más que mensajero sin culpa.

Rosalinda.—La paciencia misma se violentaría y saldría de juicio con esta carta. Soportad esto, y lo soportaréis todo. Dice que no tengo ni gallardía ni buenos modales; me llama orgulloso y asegura que no me amaría así fueran los hombres tan raros como el fénix. Pues tan singular es mi voluntad, que no es el amor de ella el blanco de mis tiros. ¿De qué le viene el escribirme tales cosas? Vamos, pastor, vamos: eres tú quien le ha sugerido esta carta.

Silvio.—No, no. Protesto ignorar el contenido. Es Febe quien la escribió.

Rosalinda.—Vamos, sois un tonto y enamorado de remate. Ví su mano, una mano de cuero, color de piedra, que me hizo pensar realmente que se había puesto sus guantes viejos. Pero no, eran sus propias manos: tiene manos de fregona. Mas no importa. Digo que ella jamás ha inventado tal carta. Esto es invención y escritura de hombre.