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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.
ESCENA II.
Plaza pública.
ANTÍFOLO y DROMIO de Siracusa; UN MERCADER.

El mercader.—Tened cuidado de esparcir la voz de que sois de Epídoro, si no queréis ver todos vuestros bienes confiscados al instante. Hoy mismo un mercader de Siracusa acaba de ser preso por haber abordado aquí, y, no encontrándose en estado de rescatar su vida, debe perecer, según los estatutos de la ciudad, antes que el sol fatigado se ponga al occidente. He aquí vuestro dinero que tenía en depósito.

Antífolo.—(A Dromio.) Vé á llevarlo al Centauro, donde posamos, Dromio, y esperarás allí que yo vaya á reunirme contigo. Dentro de una hora será la comida: hasta entonces voy á echar un vistazo sobre las costumbres de la ciudad, tratar á los mercaderes, mirar los edificios; después de lo cual volveré á tomar algún reposo en mi hostería, pues estoy cansado y adolorido de este largo viaje. Vete.

Dromio.—Más de un hombre os tomaría la palabra gustosamente, y se iría en efecto teniendo tan buen medio de partir.

(Sale Dromio.)

Antífolo.—(Al mercader.) Es un criado de confianza, señor, que á menudo, cuando estoy agobiado por la inquietud y la melancolía, alegra mi humor con sus chanzas. Vamos, ¿queréis pasearos conmigo en la ciudad y venir en seguida á mi posada á comer conmigo?

El mercader.—Estoy invitado, señor, en casa de ciertos negociantes, de los cuales espero grandes beneficios. Os ruego me excuséis. Pero mas tarde, si gustáis, á las cinco, os tomaré en la plaza del mercado, y desde ese momento os haré compañía hasta la hora