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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

cuero. (Sale.)

Luciana.—¡Vaya! ¡Cómo rebaja la impaciencia la expresión de vuestro rostro!

Adriana.—¿Es necesario que halague con su compañía á sus favoritas, mientras que yo languidezco en el albergue y suspiro por una mirada afectuosa? ¿Ha desaparecido con la fealdad de los años la belleza seductora de mi pobre rostro? Entonces es él quien lo ha marchitado. ¿Es fastidiosa mi conversación, estéril mi ingenio? Si ya no tengo una conversación viva y picante, es su dureza, peor que la del mármol, lo que la ha embotado. ¿Atraen otras su afecto con brillantes aderezos? No es culpa mía: él es dueño de mis bienes. ¿Qué estragos hay en mí que no haya causado él? Sí, es él solo quien ha alterado mis facciones.—Una mirada suya animadora restauraría bien pronto mi belleza; pero él, ciervo indomable, salta las empalizadas y corre á buscar pasto lejos de su albergue. ¡Pobre desventurada! No soy ya para él sino un goce pasado.

Luciana.—¡Celos con que te atormentas tú misma! ¡Ea, pues! arrójalos de ti.

Adriana.—Sólo idiotas insensibles pueden prescindir de semejantes agravios. Sé que sus ojos llevan á otra parte su homenaje; si no ¿qué causa le impediría estar aquí? Hermana, sabéis que me ha prometido una cadena.—¡Pluguiera á Dios que esto fuese la sola cosa que me negara! No desertaría entonces de su lecho legítimo. Veo que la joya mejor esmaltada ha de perder su hermosura; que si el oro resiste largo tiempo al frotamiento, al fin se gasta con el roce; del mismo modo no hay hombre, que tenga un nombre sin que la falsedad y la corrupción lo degraden. Puesto que mi belleza no tiene encanto á sus ojos, llorando consumiré lo que me queda de ella, y moriré en el llanto.

Luciana.—¡Cuántas amantes insensatas se esclavizan á celos furiosos!

(Salen.)