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JULIO CÉSAR
ESCENA III.
Calle de Roma.
(Truenos y rayos. Entran por lados opuestos CASCA con la espada desnuda, y CICERÓN.)

Cicerón.—Buenas tardes, Casca. ¿Habéis llevado á César á casa? ¿Por qué estáis sin aliento, y por qué miráis tan azorado?

Casca.—¿No os conmueve el ver que todo el cimiento de la tierra se estremece como una cosa insegura?

¡Oh, Cicerón! He visto tempestades en que los vientos enfurecidos hendían los nudosos robles. He visto henchirse el ambicioso Océano, embravecerse y cubrirse de espumas por levantarse hasta las nubes amenazantes. Pero nunca hasta ahora he pasado por una tempestad que destile fuego. Ó hay en el cielo una guerra intestina, ó el mundo demasiado malo para con los dioses, los provoca á enviar la destrucción.

Cicerón.—¡Pues qué! ¿Habéis visto algo aún más asombroso?