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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

Antífolo.—¿Cuál es el color de su rostro?

Dromio.—Prieto como el cuero de mis zapatos, pero está lejos de tener la cara como ellos. ¿Por qué? Porque suda de modo que un hombre tendría que calzar zuecos para andar sobre esa mugre.

Antífolo.—Esa es una falta que el agua puede corregir.

Dromio.—No, señor, está dentro de la piel: el diluvio de Noé no llegaría á limpiarla.

Antífolo.—¿Cuál es su nombre?

Dromio.—Ana, señor; pero su nombre y tres cuartos, quiero decir, una ana y tres cuartos no bastarían para medirla de un cuadril al otro.

Antífolo.—¿Mide, pues, algún ancho?

Dromio.—No es más larga de la cabeza á los piés que ancha de un cuadril á otro. Es esférica como un globo; podría marcar los paises sobre ella.

Antífolo.—¿En qué parte de su cuerpo está la Irlanda?

Dromio.—Á fe mía, señor, en las nalgas: lo he reconocido por las aguas cenagosas.

Antífolo.—¿En dónde la Escocia?

Dromio.—Lo he reconocido por lo ávida: está en la palma de la mano.

Antífolo.—¿Y la Francia?

Dromio.—Sobre su frente, armada y volteada, y en guerra con sus cabellos.

Antífolo.—¿Y la Inglaterra?

Dromio.—He buscado las rocas de yeso: pero no he podido reconocer en ellas ninguna blancura; conjeturo que podrá hallarse sobre la barba, según el flujo salobre que corría entre ella y la Francia.

Antífolo.—¿Y la España?

Dromio.—Á fe mía que no la he visto; pero la he sentido en el calor de su aliento.

Antífolo.—¿Dónde están las Américas y las Indias?