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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

Adriana.—Vé á buscarlo, hermana mía. (Luciana sale.) Me extraña que tenga deudas que yo ignore. Dime ¿le han prendido por un pagaré?

Dromio.—No por un pagaré, sino á propósito de algo mas fuerte; una cadena, una cadena: ¿no oís sonar?

Adriana.—¡Qué! ¿La cadena?

Dromio.—No, no; la campana. Ya debía haberme marchado; eran las dos cuando me separé de él; y he aquí que el reloj da la una.

Adriana.—¿Las horas retroceden pues? Jamás he oído tal cosa.

Dromio.—¡Oh! sí, verdaderamente; cuando una de las dos horas encuentra á un sargento, retrocede de miedo.

Adriana.—¡Como si el tiempo tuviera deudas! Razonas como un loco rematado.

Dromio.—El tiempo es un verdadero quebrado, y debe á la estación más de lo que él vale. Y es un ladrón también; ¿no habéis oído decir que el tiempo adelanta á paso de lobo, como un ladrón? Si el tiempo está adeudado y es ladrón, y encuentra en el camino á un sargento, ¿no tiene razón de retroceder una hora en un día?

Adriana.—Corre, Dromio, he aquí el dinero (Luciana vuelve con la bolsa); llévalo pronto y trae á tu amo á casa inmediatamente. Venid, hermana mía, estoy abatida por mis conjeturas que ya me animan, ya me desalientan.

(Salen.)
ESCENA III.
Una calle de Éfeso.
ANTÍFOLO de Siracusa solo.

No encuentro un solo hombre que no me salude, como si fuese un amigo familiar, y todos me llaman