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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

Adriana.—Mi buen esposo, no os he cerrado la puerta.

Dromio.—Y yo, querido amo, no he recibido oro; pero confieso, señor, que sí os han cerrado la puerta.

Adriana.—¡Hipócrita villano, dices una doble mentira!

Antífolo.—Prostituta hipócrita, mientes en todo; y has hecho liga con una banda de forajidos para llenarme de afrentas y desprecio; pero, con estas uñas arrancaré tus pérfidos ojos, que se complacen en verme en tal ignominia. (Pinch y su gente amarran á Antífolo y Dromio de Éfeso.)

Adriana.—¡Oh! ¡Amarradle, amarradle; que no se acerque á mí!

Pinch.—¡Más gente! El demonio que lo posee es fuerte.

Luciana.—¡Ay! ¡Qué pálido y desfigurado está el pobre hombre!

Antífolo.—¡Qué! ¿Queréis asesinarme? Tú, carcelero, yo soy tu prisionero; ¿sufrirás que me arranquen de tus manos?

El oficial.—Señores, dejadle; es mi preso y vosotros no lo tendréis.

Pinch.—Vamos, que se amarre á este hombre, pues es frenético también.

Adriana.—¿Qué quieres decir, rencoroso sargento? ¿Tienes gusto de ver á un infortunado hacerse mal y daño á sí mismo?

El oficial.—Es mi preso; si le dejo ir, me exigirán la suma que debe.

Adriana.—Te eximiré de ello antes de dejarte; condúceme al instante donde su acreedor. Cuando sepa la naturaleza de esta deuda, la pagaré. Mi buen doctor, ved que sea conducido en seguridad hasta mi casa. ¡Oh desventurado día!

Antífolo.—¡Oh, miserable prostituída!