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COMEDIA DE EQUIVOCACIONES.

El mercader.—El horario de este cuadrante creo que marca las cinco. Estoy seguro de que en este momento, el duque se dirige en persona hacia la triste llanura, lugar de muerte y de tristes ejecuciones, que está detrás de los fosos de esta abadía.

Angelo.—¿Y por qué causa va allí?

El mercader.—Para ver cortar públicamente la cabeza de un respetable mercader de Siracusa que ha tenido la desgracia de infringir las leyes y los estatutos de esta ciudad, abordando á esta bahía.

Angelo.—En efecto, helos aquí que vienen: vamos á asistir á la ejecución.

Luciana.—(A su hermana.) Arrojaos á los piés del duque, antes que haya pasado la abadía. (Entran el duque con su cortejo, Ægeón, con la cabeza descubierta, el verdugo, guardias y otros oficiales.)

El duque.—(A un pregonero público.) Proclamad públicamente una vez más, que si hay algún amigo que quiera pagar la suma por él, no morirá, pues nos interesamos en su suerte!

Adriana.—(Arrojándose á las rodillas del duque.) ¡Justicia contra la abadesa!

El duque.—Es una señora virtuosa y respetable: no es posible que os haya hecho mal.

Adriana.—Que Vuestra Alteza se digne oirme: Antífolo, mi esposo, á quien hice dueño de mi persona y de cuanto poseía, conforme á vuestras cartas presentes, ha sido atacado, en este día fatal, por un espantoso acceso de locura. Se ha lanzado furioso á la calle (y con él su esclavo que está loco también) ultrajando á los ciudadanos, entrando por fuerza en sus casas, llevándose sortijas, joyas, todo lo que agradaba á su capricho. He logrado hacerlo atar una vez y conducirlo á mi casa, mientras iba yo á reparar los perjuicios que su furia había causado aquí y allá en la ciudad. Sin embargo, no sé por qué medio ha podido