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ACTO II.

ESCENA I.
El huerto de Bruto, en Roma.
Entra Bruto.
BRUTO.

E

a, Lucio! ¡Hola!... No puedo calcular por la marcha de las estrellas lo que falta para el día. ¿Oyes, Lucio? Ya quisiera yo tener el defecto de dormir tan profundamente.—¿Hasta cuándo? Despierta! Despierta, digo.—Ea, Lucio! (Entra Lucio.)

Lucio.—¿Habéis llamado, mi señor?

Bruto.—Coloca una lámpara en mi estudio, y encendida que sea, vendrás aquí á llamarme.

Lucio.—Así lo haré, señor. (Sale.)

Bruto.—Tiene que ser por su muerte.—En cuanto á mí no tengo para menospreciarle ninguna causa personal, sino la de todos. Él desearía coronarse. Cómo pueda cambiar esto su naturaleza, he ahí el problema.—Es el día brillante el que hace salir á luz la serpiente, y esto aconseja caminar con cautela.—¿Coronarlo? Sea.