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DE WINDSOR.

Evans.—No es propio que se le haga oir de tal asunto. En las rebeliones no hay temor de Dios y el Consejo preferirá oir hablar del temor de Dios más bien que de una rebelión. Considerad esto.

Pocofondo.—¡Ah, por vida mía! Si fuese joven aún, esto acabaría á estocadas.

Evans.—Más vale que sean los amigos y no la espada quien termine esto. Y además, tengo en la cabeza un proyecto que quizás tenga ventajosos resultados. Hay una Ana Page, hija del señor Jorge Page, que es una guapa doncella.

Slender.—¿La señorita Ana Page? Tiene cabellos castaños y habla tímidamente como cumple á una mujer.

Evans.—De cuantas hay en el mundo, es ella precisamente la que podríais desear. Y su abuelo (guárdele Dios una resurrección feliz) en su lecho de muerte le dejó setecientas libras en dineros, y oro y plata, para cuando cumpla los diez y siete años. Sería cosa muy cuerda dejar vuestras disputas y procurar un matrimonio entre el señor Abraham y la señorita Ana Page.

Pocofondo.—¿Setecientas libras le dejó su abuelo?

Evans.—Sí, por cierto. Y su padre le dará aún mejor caudal.

Pocofondo.—Conozco á la señorita: tiene buenas prendas.

Evans.—Setecientas libras y esperanzas de heredar más, no son malas prendas.

Pocofondo.—Bien. Busquemos al digno señor Page. ¿Está allí Falstaff?

Evans.—¿Habré de deciros una mentira? Desprecio al mentiroso, como desprecio á uno que es falso, ó como desprecio á uno que no es sincero. El caballero sir Juan está allí y os ruego que os dejéis guiar por los que os quieren bien. Llamaré á la puerta y pre-