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LAS ALEGRES COMADRES

guntaré por el señor Page (golpea). Hola! Dios bendiga vuestra casa! (Entra Page.)

Page.—¿Quién llama?

Evans.—He aquí, con la bendición de Dios y con vuestro amigo, al juez Pocofondo y al joven señor Slender, que acaso podrán contaros un cuento, si las cosas salen á gusto vuestro.

Pocofondo.—Señor Page, alégrome de veros. Huélguese vuestro buen corazón! Deseo que vuestra cacería mejore, pues no fué muerta como manda la ley. ¿Cómo está la buena señora Page? Os amo de corazón, así, de corazón.

Page.—Gracias, señor.

Pocofondo.—Gracias, señor; por sí y por no, gracias.

Page.—Me alegro de veros, amiguito Slender.

Slender.—¿Cómo está vuestro lebrel leonado, señor? Me dijeron que había perdido en las carreras de Cotsale.

Page.—La cosa no pudo ser juzgada.

Slender.—No queréis confesarlo, no queréis confesarlo.

Pocofondo.—¡No lo ha de querer! «Es culpa vuestra, es culpa vuestra.» Es un buen perro.

Page.—Perro de mala ralea, señor.

Pocofondo.—Un buen perro, señor, un hermoso perro. ¿Qué más se puede decir? Es bueno y hermoso. ¿Está aquí el señor Juan Falstaff?

Page.—Está dentro. Quisiera poder hacer algo en bien de vosotros.

Evans.—Así es como debe hablar un cristiano.

Pocofondo.—Señor Page, él me ha ofendido.

Page.—Lo reconoce en cierto modo, señor.

Pocofondo.—Si lo reconoce, no lo repara. ¿No es así, señor Page? Me ha ofendido; en todas veras me ha ofendido: en una palabra, me ha ofendido. Creedme,