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LAS ALEGRES COMADRES

tasteis á Alicia Pocapasta en la fiesta última de Todos Santos, quince días antes del San Miguel?

Pocofondo.—Venid, primo, venid. Os estamos aguardando. Una palabra al oído, primo. Hay, como quien dice, una oferta, una especie de oferta muy á lo lejos, hecha por sir Hugh. ¿Entendéis?

Slender.—Sí, y me encontraréis razonable. Si ha de ser así, haré lo que esté puesto en razón.

Pocofondo.—Pero entendedme bien.

Slender.—Lo hago, señor.

Evans.—Prestad oído á sus consejos, señorito Slender. Ya os describiré el asunto si tenéis capacidad para ello.

Slender.—Haré como diga mi primo Pocofondo. Perdonadme, pues él es juez de paz en su país, aunque yo no sea aquí sino un cualquiera.

Evans.—Pero no se trata de eso. Se trata de lo concerniente á vuestro matrimonio.

Pocofondo.—Sí; este es el punto vital de la cuestión.

Evans.—Por cierto que lo es. Es el punto vital de la señorita Ana Page.

Slender.—Pues siendo así, me casaré con ella si se me pide en debida forma.

Evans.—Pero ¿podéis amar á la mujer? Debemos exigir que lo digáis con vuestros labios; porque muchos filósofos pretenden que los labios son una parte de la boca; por tanto, ¿podéis, sí ó no, inclinar vuestra buena voluntad hacia la doncella?

Pocofondo.—Primo Abraham Slender, ¿podéis amarla?

Slender.—Así lo espero. Haré lo que cumple á uno que quiere obrar en razón.

Evans.—No, por Dios y sus santos y sus esposas; debéis decir positivamente si podéis inclinar hacia ella vuestros deseos.