Falstaff, vil bribón, tratará de seducir á su paloma, robarle su oro y deshonrar su lecho.
Nym.—No desmayará mi encono. Induciré á Page á que se sirva del veneno: haré que lo posean los celos, porque la sublevación del ánimo altivo es peligrosa. Tal es mi verdadero anhelo.
Pistol.—Eres el Marte de los descontentos, y yo te secundo. Vamos adelante.
Aprisa.—¿Oyes, Juan Rugbi? Te ruego que vayas á la puerta-ventana, y veas si puedes divisar á mi señor, el señor doctor Caius, en camino hacia aquí; pues á fe mía, que si llega y encuentra á alguien en la casa, ya tendrán que pagarlo la paciencia de Dios y el idioma del rey.
Rugbi.—Voy á hacer de centinela.
Aprisa.—Vé, que por ello tendremos una buena colación temprano en la noche, te lo prometo, al último calor del carbón de piedra. Es un mozo honrado, servicial y bondadoso como el mejor sirviente que jamás pisó casa alguna. Y os aseguro que no es chismoso, ni pendenciero. Su peor falta es ser dado á rezos, y á veces es testarudo en esto; pero no hay quien no tenga algún defecto. Así, no hagamos caudal de ello. ¿Decís que vuestro nombre es Pedro Simple?
Simple.—Sí, á falta de otro mejor.
Aprisa.—¿Y el señor Slender es vuestro amo?
Simple.—Sí, ciertamente.
Aprisa.—¿No lleva unas grandes barbas redondeadas como la cuchilla de los guanteros?