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JULIO CÉSAR

pequeño reino, adolece de la naturaleza de una insurrección. (Vuelve á entrar Lucio.)

Lucio.—Señor, es vuestro hermano Casio que está á la puerta y desea veros.

Bruto.—¿Está solo?

Lucio.—No, señor. Hay otros con él.

Bruto.—¿Los conoces?

Lucio.—No, señor. Tan enterrados llevan los sombreros y tan oculta en el embozo la mitad de la cara, que de modo alguno podría descubrirlos por sus fisonomías.

Bruto.—Hazlos entrar. (Sale Lucio.)—Son de la facción. ¡Oh conspiración! ¿Te avergüenzas acaso de mostrar tu peligroso ceño de noche, cuando en ella campea más libre el mal? ¿Ó bien dónde encontrarás de día una cueva bastante oscura para encubrir tu monstruosa faz? No la busques ¡oh conspiración! Pon sobre tu rostro una máscara de sonrisas y afabilidad; porque á dejarte ver con tu natural aspecto, ni el mismo Erebo sería bastante oscuro para sustraerte á la desconfianza. (Entran Casio, Casca, Decio, Cinna, Metelio Cimber y Trebonio.)

Casio.—Temo robaros el sueño con demasiado atrevimiento. Buenos días, Bruto, ¿os importunamos?

Bruto.—He estado en pié hasta ahora; despierto toda la noche. ¿Conozco á estos hombres que os acompañan?

Casio.—Sí, á cada uno de ellos. Y no hay uno solo entre todos que no os honre y venere; y cada cual desearía que tuviéseis de vos mismo la opinión que de vos tiene todo romano noble. Este es Trebonio.

Bruto.—Bien venido.

Casio.—Este, Decio Bruto.

Bruto.—Bien venido también.

Casio.—Este es Casca; éste, Cinna; y éste, Metelio Cimber.