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DE WINDSOR.

Posadero.—¡Paz! ¡Paz, digo, entre Gales y la Galia! entre galo y francés! Paz entre el que cura el alma y el que cura el cuerpo!

Caius.—Sí, eso es muy bueno, excelente!

Posadero.—Paz, digo. Decid si el posadero de la Liga no es un político sutil, si no es un Maquiavelo! ¿Perderé á mi médico? No! Él es quien me da las pociones y mociones. ¿Perderé á mi cura? ¿Á mi sacerdote? ¿Á mi amigo Hugh? No. El me da los proverbios y los pater-noster. Dame tu mano, hombre terreno, así. Dadme la tuya, hombre místico, así. No sois más que niños en la astucia. Os he engañado á ambos, dirigiéndoos á diferentes lugares para que no pudiérais encontraros. Vuestros corazones están llenos de vigor, vuestros cuerpos ilesos, y el desenlace debe ser una libación de vino jerez. Ea! guárdense esas armas para empeño. Sígueme, hombre de paz. Seguidme, seguidme.

Pocofondo.—Contad conmigo, huésped. Seguid, caballeros, seguid.

Slender.—¡Oh dulce Ana Page!

(Salen Pocofondo, Slender, Page y el posadero.)

Caius.—¡Ah! Ya caigo en cuenta. Nos ha hecho pasar por un par de tontos! ah! ah!

Evans.—Está muy bien. Se ha reído de nosotros. Deseo que vos y yo seamos amigos, y vamos concertando juntos el modo de vengarnos de este despreciable, sarnoso y tahur compañero, el posadero de la Liga.

Caius.—¡Voto á! Con todo mi corazón. Me prometió conducirme á donde Ana Page y también me ha engañado!

Evans.—Bueno. He de romperle la crisma. Tened la bondad de venir conmigo.

(Salen.)