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LAS ALEGRES COMADRES
ESCENA II.
Una calle de Windsor.
Entran la señora PAGE y ROBIN.

Sra. Page.—No; sigue adelante, galancito mío. Tú debías ir detrás y ahora vas á la cabeza. ¿Te gusta más hacer que te sigan mis ojos, ó seguir con los tuyos los talones de tu señor?

Robin.—Á fe mía que prefiero ir delante como un hombre, que seguirle como un enano.

Sra. Page.—¡Oh! Eres un chico zalamero. Veo que pararás en cortesano.

(Entra Ford.)

Ford.—Me alegro de encontraros, señora Page. ¿Á dónde vais?

Sra. Page.—Por cierto que á ver á vuestra esposa. ¿Está en casa?

Ford.—Sí, y tan ociosa, por falta de compañía, que no sé cómo no se le caen los cuartos. Se me figura que, si muriesen vuestros maridos, os casaríais las dos.

Sra. Page.—De seguro; con otros dos maridos.

Ford.—¿Dónde hubisteis este bonito gallo de campanario?

Sra. Page.—Por nada puedo acordarme del nombre del sujeto de quien lo tuvo mi esposo. Muchacho ¿cómo se llama tu señor?

Robin.—El señor Juan Falstaff.

Ford.—¡El señor Juan Falstaff!

Sra. Page.—El mismo. Nunca puedo dar con su nombre. Hay tanta intimidad entre mi buen hombre y él! ¿Es seguro que vuestra esposa está en casa?

Ford.—Seguro que está allí.

Sra. Page.—Con vuestro permiso. Estoy impaciente por verla.

(Salen la señora Page y Robin.)