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JULIO CÉSAR

envidia después. Porque Antonio no es sino un miembro de César. Casio, seamos sacrificadores, no carniceros. Todos nos erguimos contra el espíritu de César; pero el espíritu de los hombres no tiene sangre. ¡Oh! si pudiésemos por ello dominar el espíritu de César, y no desmembrar á César! Pero ¡ay! César tiene por eso que derramar su sangre! Y, benévolos amigos, matémosle audazmente pero sin ira. Tratémosle como la vianda que se corta para los dioses, no como la osamenta que se arroja á los perros. Y hagan nuestros corazones lo que los amos astutos: excitar á sus sirvientes á un acto de furor, y después aparentar que se les reprueba. Así nuestro propósito aparecerá necesario, no envidioso. Y con tal apariencia á los ojos de las gentes, se nos llamará redentores, no asesinos.—Y en cuanto á Marco Antonio, no penséis en él, porque no tendrá más poder que el brazo de César cuando la cabeza de César esté cortada.

Casio.—Y sin embargo, le temo, á causa del profundo amor que tiene á César.

Bruto.—¡Ah, buen Casio! no penséis en él. Si ama á César, lo más que podrá hacer será reflexionar dentro de sí mismo, y morir por César.—Y harto sería que lo hiciera; porque es hombre dado á juegos y disipación y á muchos camaradas.

Trebonio.—No ofrece peligro. No hay para que muera, desde que gusta de vivir y ha de reirse de esto después.

(Suena el reloj.)

Bruto.—Silencio: contad la hora.

Casio.—Han dado las tres.

Trebonio.—Es tiempo de partir.

Casio.—Pero es de dudar, si vendrá hoy César, ó no, porque de algún tiempo á esta parte se ha vuelto supersticioso. Alguna vez tuvo sobre la fantasía, los sueños y las ceremonias, una opinión del todo diferente de la del vulgo; pero quizás estos prodigios aparentes, el