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DE WINDSOR.

sa señora de Brentford, tiene en un cuarto de aquí arriba una bata.

Sra. Page.—Por vida mía que le vendrá bien. Ella es tan gruesa como él. Y ahí están también su sombrero tejido y su manto. Subid, sir Juan.

Sra. Ford.—Subid, subid, amable sir Juan. La señora Page y yo buscaremos algunas blondas para la cabeza.

Sra. Page.—Pronto, daos prisa. Subiremos inmediatamente á vestiros. Mientras tanto, poneos la bata.

(Sale Falstaff.)

Sra. Ford.—Me alegraría de que le encontrase en esta traza mi marido. No puede tolerar á la vieja de Brentford: jura que es bruja: le ha prohibido venir á la casa, y la ha amenazado con echarla á golpes.

Sra. Page.—¡Dios le ponga debajo del bastón de vuestro marido, y venga el diablo á guiar el bastón!

Sra. Ford.—¿Pero viene realmente mi esposo?

Sra. Page.—Sí, y de bastante mal humor, por cierto. Habla del canasto, pero no sé cómo haya podido ser informado de esto.

Sra. Ford.—Probaremos lo mismo otra vez; porque encargaré á mis criados que vuelvan á llevar el canasto, para que se encuentren con él á la puerta, lo mismo que la vez pasada.

Sra. Page.—Ya no debe tardar en presentarse.—Vamos á vestir al otro como á la bruja de Brentford.

Sra. Ford.—Daré primero instrucciones á mis gentes sobre lo que han de hacer con el canasto. Subid, que yo iré en seguida llevando la ropa que falte.

(Sale.)

Sra. Page.—¡Cargue el diablo con el muy rematado pillo! Nunca podremos atormentarle como merece. Daremos una prueba en lo que vamos á hacer, de que las esposas pueden ser alegres sin dejar de ser honradas. Las que á menudo chanceamos y nos reímos, no