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DE WINDSOR.

lo que quieras; y más bien sospecharé al sol de frío, que á ti de frivolidad. Tu honor es ahora, para este antiguo hereje, una verdadera y firme fe.

Page.—Está bien: está bien: basta. No seáis ahora tan extremado en la sumisión como lo fuísteis en la ofensa. Sigamos adelante con nuestro plan, y que nuestras esposas, una vez más para darnos una diversión pública, dén cita á ese viejo obeso, á fin de que nosotros le sorprendamos y le presentemos á la pública vergüenza.

Ford.—Eso es: y no hay mejor modo que el que ellas han sugerido.

Page.—¡Cómo! ¿Haciéndole decir que se encontrarán con él á media noche en el parque? No vendría jamás.

Evans.—Decís que ha sido echado al río y que se le ha estropeado severamente tomándolo por una vieja? Pues se me figura que habrá quedado tan lleno de terror, que no vendrá. Y considero además que carne tan castigada, ya estará curada de malos deseos.

Page.—Pienso lo mismo.

Sra. Ford.—Arreglad el modo cómo habéis de recibirle, que ya arreglaremos nosotras el modo de hacerle venir.

Sra. Page.—Hay un cuento antiguo según el cual, el cazador Herne, que alguna vez fué guarda-bosque de Windsor, se pasea á media noche, durante todo el invierno, al rededor de un roble, llevando en la cabeza grandes cuernos como de ciervo; y allí hiela el árbol y ataca al ganado, y hace que la vaca vierta en vez de leche sangre, y sacude una cadena de la manera más espantosa y temible. Habéis oído hablar de ese espíritu y sabéis bien que los antiguos, llenos de superstición, recibieron como una verdad, y como tal trasmitieron á nuestros días, la fábula del cazador Herne.