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LAS ALEGRES COMADRES

me ha enseñado á tener más ingenio, que lo que jamás había aprendido en toda mi vida. Y que en lugar de pagarle por ello, he sido pagado por mi aprendizaje.

(Entra Bardolfo.)

Bardolfo.—¡Ah, señor! Ha sido una picardía! Una bribonada!

Posadero.—¿Dónde están mis caballos? Habla bien de ellos, bellaco.

Bardolfo.—Se han ido con los rateros; porque apenas había yo pasado de Eton, me arrojaron de las ancas de uno de ellos dentro un gran charco de lodo, y apretaron las espuelas y partieron volando como tres diablos alemanes, como tres doctores Fausto.

Posadero.—No han ido más que á recibir al duque, canalla! No digas que se han fugado: los alemanes son hombres de bien!

(Entra sir Hugh Evans.)

Evans.—¿Dónde está mi posadero?

Posadero.—¿Qué se ofrece, señor?

Evans.—Tened cuidado con las gentes que recibís. Un amigo mío que acaba de llegar á la ciudad, me dice que andan por aquí unos tres primos alemanes que han desbalijado á todos los posaderos de Readings, de Maidenhead y de Colebrook, robándoles dinero y caballos. Os lo aviso por la buena voluntad que os tengo. Vos sois un hombre listo, lleno de bromas y tretas, y no estaría bien que os dieran el bromazo de escamotearos. Quedad con Dios.

(Sale.Entra el doctor Caius.)

Caius.—¿Dónde está mi posadero de la Liga?

Posadero.—Heme aquí, señor doctor, lleno de incertidumbre y perplejidad.

Caius.—No estoy muy al corriente del asunto; pero oigo decir que hacéis grandes preparativos para recibir á un duque de Alemania. Por mi alma, que en la corte no se tiene la menor noticia de que venga tal duque. Os lo aviso por la buena voluntad que os tengo. Quedad con Dios.

(Sale.)