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LAS ALEGRES COMADRES

Aprisa.—Permitidme, señor, hablaros en vuestro alojamiento y sabréis cómo van las cosas, que, os lo aseguro, no dejarán de satisfaceros. He aquí una carta que os hará saber algo. ¡Dios mío! ¡Y qué afanes cuesta poneros uno junto á otra! Sin duda que entre vosotros dos hay quien cumple mal con el cielo, según son las dificultades que se encuentran!

Falstaff.—Subid á mi cuarto.

(Salen.)
ESCENA VI.
Entran FENTON y el POSADERO.

Posadero.—Señor Fenton, no me habléis. Tengo el ánimo abatido y estoy por abandonarlo todo.

Fenton.—Oidme, sin embargo; ayudadme en mi intento y á fe de caballero prometo daros cien libras en oro sobre el total de vuestra pérdida.

Posadero.—Os oiré, señor Fenton; y al menos seguiré vuestro consejo.

Fenton.—De vez en cuando he solido hablaros del íntimo afecto que profeso á la bella Ana Page, quien me apoya, hasta donde le es permitido escoger por sí misma y corresponde á mi amor. Tengo una carta suya, cuyo contenido no dejará de causaros asombro, en la cual andan tan mezclados la jovialidad de aquél y mi propio asunto, que es imposible presentar al uno separado de la otra. En esto corresponde un gran papel al obeso Falstaff; pero ya os mostraré (enseñándole la carta) más tarde todo el asunto de la broma. Escuchad ahora, posadero mío. Esta noche, en el roble de Herne, precisamente entre las doce y la una, mi dulce Ana tiene que representar á la reina de las hadas y he aquí con qué objeto: mientras tienen lugar otros juegos, deberá en obediencia á un mandato de su padre,