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DE WINDSOR.

Fenton.—No debéis aturdirla. Os diré la verdad de todo. Vosotros la habríais casado vergonzosamente, sin que hubiese habido en su matrimonio la debida proporción en los afectos. La verdad es que ella y yo, comprometidos de tiempo atrás, estamos ahora tan seguros, que ya nada podría separarnos. La falta que ha cometido es santa y no se la puede llamar con los nombres de engaño y desobediencia en que se falta al deber; pues con ella ha evitado las mil horas de irreligiosa desesperación que le habría traído un matrimonio forzado.

Ford.—No os aturdáis. La cosa ya no tiene remedio. En asuntos de amor, es el cielo quien decide. Los dineros compran tierras; pero á la mujer nadie la vende sino el destino.

Falstaff.—Me alegro, á pesar del empeño especial que habéis puesto contra mí, de que vuestro dardo haya resbalado.

Page.—Bien ¿qué remedio? ¡Fenton, que el cielo te dé alegría! Lo que ha de ser bien castigado ha de ser bien perdonado.

Falstaff.—Cuando se da caza de noche, se persigue á toda clase de ciervos.

Evans.—Bailaré y comeré golosinas en vuestra boda.

Sra. Page.—Bien: no me entristeceré más tiempo. Señor Fenton, que Dios os dé muchos, muchos días felices. Buen esposo mío, vamos todos á casa y delante de un buen fuego riámonos de la aventura; todos, incluso sir Juan.

Ford.—Sea como dices. Sir Juan: todavía cumpliréis vuestra palabra al señor Brook; porque esta noche dormirá con la señora Ford.

(Salen.)