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JULIO CÉSAR

ción.—No es bien haceros saber que sois sus herederos; pues á saberlo ¿qué no podría resultar?

Ciudadano 4.º—Leed el testamento. Queremos oirlo, Antonio. Habéis de leernos el testamento, el testamento de César.

Ciudadanos.—¡El testamento! ¡El testamento!

Antonio.—¿Queréis tener paciencia? ¿Permaneceréis tranquilos un rato? Me he dejado llevar más allá de mi intento, al deciros eso. Temo hacer mal á los hombres honorables cuyos puñales hirieron á César. Lo temo.

Ciudadano 4.º—¡Eran traidores! ¡Hombres honorables!

Ciudadanos.—¡El testamento! ¡La última voluntad!

Antonio.—¿Queréis forzarme, pues, á leer el testamento? Rodead entonces el cadáver y dejadme mostraros á aquel que hizo el testamento.—¿Me daréis permiso para bajar?

Ciudadanos.—¡Bajad!

Ciudadano 2.º—¡Descended!

Ciudadano 3.º—Tenéis el permiso.

Ciudadano 4.º—Hagamos rueda. Poneos alrededor.

Ciudadano 1.º—Apartaos un tanto del cadáver y del féretro.

Ciudadano 2.º—Haced lugar para Antonio, para el muy noble Antonio.

Antonio.—No os agolpéis tanto sobre mí. Teneos á distancia.

Ciudadano.—¡Atrás! ¡Haced sitio! ¡Retroceded!

Antonio.—Si tenéis lágrimas, preparaos á verterlas. Todos conocéis este manto. Recuerdo cuando César lo llevó por primera vez. Era una tarde de verano, en su tienda. Ese día venció á los Nervos. Ved: por aquí penetró el puñal de Casio. Mirad qué rasgadura hizo el envidioso Casca. Por esta otra hirió Bruto el bien amado. Y observad cómo al retirar su maldito acero, la