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JULIO CÉSAR

Ciudadano.—¡Silencio! ¡Silencio!

Antonio.—Os ha dejado además todos sus paseos, sus parques particulares, y sus huertos recién plantados, en este lado del Tíber; los ha dejado á perpetuidad para vosotros y vuestros herederos, como parques públicos, para pasearos y solazaros en ellos.—Hed ahí lo que ha sido César. ¿Cuándo vendrá uno que se le parezca?

Ciudadano 1.º—Nunca, jamás. Salgamos, salgamos; quememos sus restos en el lugar sagrado, y con los tizones incendiemos las casas de los traidores! Levantemos el cuerpo.

Ciudadano 2.º—Id á traer fuego.

Ciudadano 3.º—Derribad los bancos.

Ciudadano 4.º—Derribad las molduras, las ventanas, lo que sea. (Salen los ciudadanos con el cuerpo.)

Antonio.—Y ahora, siga adelante la obra.—Ya estás en marcha ¡oh revuelta! Toma el camino que quieras.—¿Qué hay ahora, mozo? (Entra un criado.)

Criado.—Señor. Octavio ha llegado ya á Roma.

Antonio.—¿Y en dónde está?

Criado.—Él y Lépido están en casa de César.

Antonio.—Y allí voy inmediatamente á visitarlo. Viene como traído al intento. La fortuna está alegre, y en su buen humor nos dará no importa qué.

Criado.—Les oí decir que Bruto y Casio escapan como locos furiosos fuera de las puertas de Roma.

Antonio.—Es probable que tuviesen alguna noticia del pueblo y de cómo yo lo había movido.—Condúceme donde Octavio.

ESCENA III.
La misma.—Una calle.
Entra CINNA, el poeta.

Cinna.—Soñé esta noche que estaba en un banquete con César, y las cosas impresionan mi fantasía de un