tura á la cual he enseñado á lidiar, á partir, á detenerse, á correr de frente, gobernados siempre por mi espíritu los movimientos de su cuerpo. En cierto modo, Lépido no es más que esto. Tiene que ser enseñado, disciplinado, estimulado á ir adelante.—Es un espíritu estéril que se alimenta con objetos, artes é imitaciones, manoseadas por otros hombres y caídas en desuso, pero que para él son moda nueva. No habléis de él sino como de una propiedad. Y ahora, Octavio, escuchad grandes cosas. Bruto y Casio están reclutando fuerzas. Nosotros debemos ir adelante sin vacilar. Combinemos, pues, nuestra alianza, aseguremos á nuestros más fieles amigos y ensanchemos nuestros mejores recursos. Reunámonos inmediatamente en consejo para descubrir mejor las cosas encubiertas y hacer frente á los peligros visibles.
Octavio.—Hagámoslo; porque estamos en juego, circundados por muchos enemigos, y me temo que algunos de los que nos sonríen, tienen en su corazón abismos de maldad.
Bruto.—¡Alto aquí!
Lucilio.—Dad la voz y haced alto.
Bruto.—¿Qué hay, Lucilio? ¿Está Casio cerca?
Lucilio.—Va á llegar, y Píndaro ha venido á saludaros en nombre de su señor.
Bruto.—Me saluda bien. Vuestro señor, Píndaro, por mudanza en él, ó por malos oficiales, me ha dado algún motivo para desear que cosas que habían sido