hechas se deshicieran; pero si está tan próximo, quedaré satisfecho.
Píndaro.—No dudo que mi noble dueño aparecerá tal como es, lleno de delicadeza y honor.
Bruto.—No se duda de él. Una palabra, Lucilio. Quiero saber con certeza de qué modo os recibió.
Lucilio.—Cortésmente y con bastante respeto; pero no con las mismas formas familiares, ni con el libre y amistoso trato que acostumbraba en tiempos anteriores.
Bruto.—En ello habéis descrito á un caluroso amigo que se enfría. Advertid, Lucilio, que cuando el amor principia á debilitarse y decaer, usa siempre una ceremonia forzada. La fe honesta y sencilla no conoce disfraces.—Pero los hombres frívolos, como ciertos caballos fogosos al principio, hacen ostentación y alarde de su firmeza; pero luégo que sienten las sangrientas espuelas, agachan la cabeza como rocines mañosos y sucumben en la prueba. ¿Avanza su ejército?
Lucilio.—Propónense acampar esta noche en Sardis. La mayor parte, las tropas de á caballo, han venido con Casio.
Bruto.—¿Oyes? Ha llegado. Vé pausadamente á encontrarlo.
Casio.—¡Alto!
Bruto.—¡Alto! Pasad la voz.
Dentro.—¡Alto!
Dentro.—¡Alto!
Dentro.—¡Alto!
Casio.—Muy noble hermano. Habéis sido injusto hacia mí.
Bruto.—Juzgadme ¡oh dioses! ¿Hago injusticia á mis enemigos? Pues si no la hago ¿cómo podría hacerla á un hermano?
Casio.—Bruto, esta sobria apariencia vuestra encubre injusticias; y cuando las hacéis....