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DE UNA NOCHE DE VERANO

Hermia.— También lo es Lisandro.

Teseo.— Lo es en sí mismo: pero faltándole en esta coyuntura, el apoyo de vuestro padre, hay que considerar como más digno al otro.

Hermia.— Desearía solamente que mi padre pudiese mirar con mis ojos.

Teseo.— Más bien vuestro discernimiento debería mirar con los ojos de vuestro padre.

Hermia.— Que vuestra Alteza me perdone. No sé qué poder me inspira audacia, ni cómo podrá convenir á mi modestia, el abogar por mis pensamientos en presencia de tan augusta persona; pero suplico á vuestra Alteza que se digne decirme cuál es el mayor castigo en este caso, si rehuso casarme con Demetrio.

Teseo.— Ó perder la vida, ó renunciar para siempre á la sociedad de los hombres. Consultad, pues, hermosa Hermia, vuestro corazón, daos cuenta de vuestra tierna edad, examinad bien vuestra índole, para saber si en el caso de resistir á la voluntad de vuestro padre, podréis soportar la librea de una vestal, ser para siempre aprisionada en el sombrío claustro, pasar toda la vida en estéril fraternidad entonando cánticos desmayados á la fría y árida luna. Tres veces benditas aquellas que pueden dominar su sangre y sobrellevar esa casta peregrinación; pero en la dicha terrena mas vale la rosa arrancada del tallo que la que marchitándose sobre la espina virgen, crece, vive y muere solitaria.

Hermia.— Así quiero crecer, señor, y vivir y morir, antes que sacrificar mi virginidad á un yugo que mi alma rechaza y al cual no puedo someterme.

Teseo.— Tomad tiempo para reflexionar; y por la luna nueva (día en que se ha de sellar el vínculo de eterna compañía entre mi amada y yo), preparaos á morir por desobediencia á vuestro padre, ó á desposaros con Demetrio, ó á abrazar para siempre en el altar de Diana la vida solitaria y austera.